Morante ya es leyenda en la Maestranza: sale por la Puerta del Príncipe con el primer rabo en medio siglo

Morante de la Puebla corta el primer rabo en 50 años en la Maestranza. (EFE)
Morante de la Puebla corta el primer rabo en 50 años en la Maestranza. (EFE)

Morante de la Puebla cortó un rabo al cuarto toro de la corrida de este miércoles de Feria de Abril de Sevilla, tras el que fue todo un recital de tauromaquia, tanto con el capote como con la muleta. Tan histórico galardón -el último lo paseó Ruiz Miguel de un toro de Miura en la Feria de Abril de 1971- tuvo también un aire de compensación para el de La Puebla del Río por parte de un público que pareció arrepentirse de la displicencia con que trató el pasado lunes a este mismo torero a pesar de que dio una tarde también antológica.

Y no es que Morante tuviera esta vez un lote mejor que el de dos días antes, sino que, a estas alturas, el que salga a la luz su genial dominio de todos los palos del toreo no depende ya tanto del enemigo como de su propio estado de inspiración.

El de hoy debía ser pletórico, pues ya dejó gotas de esencia ante un primero de corrida que estaba cogido con alfileres y que se derritió como la cera en tarde tan calurosa. Y aún iba a sublimar, como gran spolier, una media verónica de suprema hondura en un quite por chicuelinas al primero del lote de Ortega.

Lo del cuarto fue todo un despliegue, un torrente de la mejor y más soberbia torería desde que lo recibió con dos lances afarolados a los que siguieron cuatro verónicas gitanas, eternas, hundiendo los talones en la arena y la barbilla en el pecho.

Su compendio del toreo de capa tuvo también guiños a la variedad y a la historia, pues en el primer quite Morante hizo hondo un lance tan liviano como las tafalleras, barriendo despacio el lomo del de Domingo Hernández. Y aún más, porque se acordó de Rodolfo Gaona, para rebozarse en cuatro lances de frente por detrás, como respuesta a una buena réplica de Urdiales tras el segundo puyazo.

Ya solo con esas delicias capoteras bien pudo Morante haber dado por finalizada su tarde entre el entusiasmo de un tendido embelesado, pero aún se empeñó en regalarle más delicatessen, como una deslumbrante apertura clásica por ayudados por alto y un final de sevillanísimos naturales de frente, ahora por Pepe Luis.

Y entre medias la faena tuvo, oculta entre su solera, tanta técnica como inteligencia, la una para sostener en la palma de la mano la medida raza del toro salmantino y prolongar incluso sus cansinas embestidas, y la otra para darle tiempos de respiro llenando la escena con aroma de torero añejo y confiado en su magia.

Tras la estocada, y otros dos naturales arrebatados, el presidente sacó de un golpe, sin regateos, los dos primeros pañuelos, justo en medio de una fortísima petición que le llevó sin dudar a sacar eufóricamente un tercero y, ya metidos en derroches, hasta el innecesario e injustificado azul de la vuelta al ruedo para el toro.

Pero que la casquería no sirva para tapar con, vanas polémicas, todo lo que Morante hizo hoy, con ese abrumador caudal de torería, por devolver a su ser a la últimamente muy desorientada Maestranza.

Claro que, además de Morante, sus compañeros también pusieron en ello su granito de arena, como un Juan Ortega que también se dejó ir, entregado, en el toreo a la verónica, lo mismo con el compás abierto que a pies juntos, ante el tercero, un toro al que iba camino de cuajar hasta que se le desinfló, no tan pronto como el sexto.

Diego Urdiales, por su parte, sacó de nuevo la bola negra de un manso al que desengañó de su obsesiva idea de darse a la huida. Pero la parte más compleja de su actuación fue la de fijar la atención del tendido después de la catarsis morantista.

Y tuvo que hacerlo con un quinto reservón y de bastas hechuras, que ya salió escarbando de chiqueros y que embistió a empujones a la muleta.

El riojano primero centró al toro con unos torerísimos ayudados por bajo, y después al público y a la banda de música con una excelente serie con la derecha, tragando paquete. Pero a partir de ahí, entre unas arrancadas que no acababan de salirse de los vuelos, las pausas y los vanos intentos de sacar faena por el peor pitón izquierdo, su esforzada faena se fue diluyendo hasta el silencio.

Ficha del festejo

Seis toros de Domingo Hernández, de muy desigual presentación, por hechuras y cuajo, y de muy escaso fondo de raza, con algún toro noble y manejable y algún manso reservón y brusco, como el lote de Urdiales. El cuarto, Ligerito de nombre, fue premiado inmerecidamente con la vuelta al ruedo en el arrastre.

Morante de la Puebla, de turquesa y azabache: estocada atravesada y descabello (ovación); estocada (dos orejas y rabo). Salió a hombros por la Puerta del Príncipe.

Diego Urdiales, de sangre de toro y oro: pinchazo y estocada desprendida (silencio tras aviso); estocada trasera (ovación tras leve petición de oreja).

Juan Ortega, de palo rosa y oro: pinchazo y pinchazo hondo (ovación); pinchazo y estocada delantera desprendida (silencio).

Décimo festejo de abono de la Feria de Abril, con casi lleno en los tendidos (unos 10.000 espectadores), en tarde de calor asfixiante.

 

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